PRELUDIO

Ashad contemplo el rostro de la muerte con amargura. Las espadas de sus hermanos no habían sido suficientes para detener a semejante demonio. Solo cuando clavó la suya en su pecho y las cinco formaron un sello, éste dejo de moverse. ¿Acaso eso duraría para siempre?
— Increíble que bastara solo con éste para convertir este lugar en un infierno — dijo Kareem, mirando el cuerpo putrefacto que les devolvía una sonrisa.
— Ya ni siquiera quedan ciudades en pie — añadió Rashid.
El mundo se había caído a pedazos y sus cinco rincones estaban cubiertos de cadáveres, tanto de hombres como de espectros. Miles habían muerto, puede que cientos de miles. Y también su madre, entre otros dioses.
Su nombre había sido Ibrelah y su sangre había teñido la arena cerrando el fin de una era. El fin de la Ascensión. Mas su sacrificio no había sido en vano. El mundo volvería a respirar aire fresco y ahí donde había muerto crecería una semilla más fuerte y duradera.
— Volveremos a construirlas — dijo Ashad, mirando el infinito desierto a su alrededor. Su largo cabello negro estaba sucio pero sus ojos claros brillaban con más intensidad que nunca — Nuestra descendencia necesitara un hogar y nuestro enemigo una cárcel.
— ¿Es eso conveniente, Ashad? ¿No basta con enterrar a este monstruo? — añadió el mas joven de sus hermanos — Quizás es nuestra oportunidad para recomenzar en una tierra más fértil y hermosa.
— Aquí nació nuestra madre y aquí descansa su espíritu ahora. Si no ves la belleza en eso, puedes partir en busca de tu propia tierra, hermano. Quizás los dioses que quedan en píe y sus hijos te cedan el camino.
Rashid agacho la mirada y apretó los puños. Aun habiendo sobrevivido al fin de los días, sus ideas eran despreciadas por el primogénito de su madre.
El viento soplo sobre el campo de batalla y agito los estandartes que aún estaban en pie, como si quisiera cortar el abrupto silencio. Algunos sobrevivientes comenzaron a gritar por el dolor de sus heridas y las sombras que se arrastraban todavía, sin norte ni consciencia, rugieron una vez más. Al salir el sol se desvanecerían como brasas al viento.
— Siendo así, debemos comenzar con una ciudad que inspire esperanza, una cuyo nombre perdure en el tiempo — dijo Najwa, rompiendo la tensión.
— ¿Como llamaba nuestra madre al fuego del desierto en su lengua? — preguntó Sanaa, después de unos segundos descartando nombres.
— Darnach.
Azhad repitió la palabra en su mente y concluyo que era un buen nombre. El fuego del desierto guiaba a los viajeros cuando perdían el camino, y eso era justo lo que necesitaban en ese momento, al igual que lo necesitarían sus hijos cuando ellos se unieran a la arena.
— Me parece un nombre adecuado — dijo el hijo mayor entonces y sus hermanos asintieron. Incluso Rashid se mostró de acuerdo.
Desde la cima de un cañón, y con la desolación a sus espaldas, los cinco semidioses recibieron la luz del sol de un nuevo día. Una luz roja cargada de magia y esperanza. Sus armaduras estaban rotas y sus espadas selladas, mas ya no las necesitaban.
Los días previos habían estado llenos de gritos desesperados y rugidos ensordecedores. Con ejércitos agrupándose y sucumbiendo en el este, así como en el oeste. Ahora vendría la calma con la promesa de algo nuevo, tal como lo había hecho anunciando la llegada del mal. Y la paz reinaría en el mundo de Ciridea hasta que la memoria fuese ceniza.

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La Magia del Deseo

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Runia es una de las últimas hadas libres en el mágico mundo de Ciridea. A pesar de amar el bosque que ha sido su hogar toda su vida, siente que hay algo especial esperándola más allá de sus fronteras. Sin embargo, se ha comprometido a nunca abandonarlo y no puede romper esa promesa.

Todo cambia cuando unos misteriosos hombres irrumpen en su escondite, desatando su curiosidad y llevándola a una encrucijada. ¿Serán estos hombres la clave para resolver su dilema, o le demostrarán que su promesa está bien fundamentada?